La muerte de Néstor Kirchner, considerado el presidente en la sombra y hombre fuerte del país, abre un insospechado mapa político en Argentina y deja a su esposa, Cristina Fernández, ante el desafío de ejercer el poder en soledad.
El ex mandatario, fallecido el miércoles de un paro cardiaco, acariciaba la idea de volver a competir por el sillón presidencial, que ocupó de 2003 a 2007, y las encuestas arrojaban una interesante ventaja sobre sus más directos contrincantes, tanto dentro del peronismo como en la oposición.
Polémico, poco receptivo a las críticas, incapaz de delegar, testarudo e irascible, Kirchner logró abrirse paso desde la lejana Patagonia y cambió su feudo político de Santa Cruz, donde gobernó durante doce años, por la Presidencia de la mano de Eduardo Duhalde, a quien sucedió en 2003.
Su amistad con Duhalde duró poco, enseguida se despegó de la sombra de su mentor y dejó claro que tenía un estilo propio, con ambiciones propias.
Al concluir su gestión tenía una valoración superior al 70 por ciento, había encauzado la economía y superado la crisis de 2001, enarbolando la bandera de los derechos humanos y plantando cara a los organismos monetarios internacionales que habían acorralado a Argentina.
En 2007 traspasó el bastón de mando a su esposa, Cristina Fernández, pero no se alejó de la política, sino que muy al contrario, siguió como el hombre fuerte en las sombras.
Ninguna decisión importante escapó a Kirchner en los últimos años, a veces incluso en contra del criterio de su mujer.
Estuvo detrás de la batalla con las patronales agrarias -la primera gran crisis del gobierno de Fernández- y contra los grandes medios de comunicación, mientras tejía alianzas dentro del peronismo para hacerse con el control del partido.
El varapalo de las legislativas del pasado año demostró que las alianzas no eran tan sólidas como él mismo esperaba, pero lejos de amedrentarse por los resultados y los problemas de salud que ya empezaban a manifestarse claramente, y que le hicieron pasar por el quirófano en dos ocasiones en los últimos meses, pisó el acelerador.
Animado por los sondeos -los últimos le daban hasta un 38 por ciento de intención de voto-, Kirchner deshojaba la margarita de las presidenciales del próximo octubre, y la única decisión que aún no había anunciado es si volvería a competir o dejaría que lo hiciera de nuevo su esposa.
Su inesperada muerte le ha elevado a los altares y ha unido a oficialismo y oposición en un rosario de elogios como no se habían oído nunca sobre Kirchner.
Sin embargo, detrás de las declaraciones públicas late una guerra por el poder que tiene un año por delante, hasta las presidenciales de 2011.
Un largo año para Cristina Fernández que, como decía el miércoles uno de sus antiguos colaboradores, no sólo ha perdido un esposo, sino un compañero, y que a partir de hoy probará el amargo sabor de la soledad del poder.
A su favor, la presidenta cuenta con una economía sólida, reconocimiento internacional y respaldo regional, pero en su contra tiene su enfrentamiento con el campo y los grandes medios de comunicación y el distanciamiento con el empresariado y la iglesia.
Ahora, Cristina "tiene la oportunidad de ejercer el poder por sí misma", marcar su propio estilo y distanciarse de las "amistades peligrosas" de su marido, apunta el analista Rosendo Fraga.
Por el contrario, el canciller Héctor Timerman se apresuró hoy a disipar dudas: "Cristina está destruida por esta pérdida, pero sé que es una líder política y está preparada para asumir los compromisos que le toquen y gobernar este país. Va a seguir gobernando por el mismo camino", afirmó.
Para el analista Santiago Kovadloff, el oficialismo hará un esfuerzo por trasladar a la presidenta "los atributos de su marido fallecido".
"¿Cristina necesita ayuda? Habrá varios dispuestos a darle el abrazo del oso (...) ¿Sobre quién sostener el Gobierno más allá de sí misma?" se preguntaba hoy el columnista Jorge Lanata, que advertía que "la soledad es peligrosa y las compañías de segunda línea tienen intereses propios".
Mar Marín (EFE)
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