Por: Horacio Vicioso Galán
Al igual que casi todas las actividades humanas, ésta surgió de la vida de relación de los pueblos y su actividad promovió vocacionalmente a ciertos individuos, cuyas condiciones de destreza intelectual o de sagacidad política les predisponía para ella. En esto, como en otros aspectos, la diplomacia siguió el mismo proceso de las otras profesiones, distinguiéndose, tal vez, en la marcada estrictez de sus exigencias.
Hasta hace muy pocos años, las universidades no producían “diplomáticos”. Sino mas bien, se estudiaban asignaturas o cursos que “servían” a los diplomáticos. Si la vocación del alumno era muy fuerte, se formaban, a fuerza de estudios personales, expertos en asuntos mundiales, peritos en Derechos de Gentes, economistas internacionales, juristas del derecho comparado, conocedores de historia diplomática o de relaciones entre los pueblos. Los tratados internacionales eran un capítulo del estudio histórico. Pero lo que hoy conocemos como derecho diplomático no existía.
La preparación académica del diplomático no se remonta más allá de la primera mitad del siglo XIX, pero antes de esa fecha la Diplomacia ya había alcanzado su madurez, logrado sus mejores triunfos, exhibido sus nombres más destacados, definido sus normas y su estilo, creado su código formal e irrumpido en la sociedad humana como una de las actividades más exigentes, pero al mismo tiempo, más prestigiosas de cuantas puedan atraer la curiosidad intelectual del hombre.
En primer lugar aparece la necesidad social de la actividad. Ella es la representación exterior, herramienta indispensable de las relaciones entre los pueblos. La necesidad de que “uno hable por todos”. Luego aparece la aptitud. Es decir, la vocación orientada de ciertos individuos a esta disciplina, estimulada por requisitos físicos o intelectuales que la condicionan. Y como elementos de perfección, el tiempo, la perseverancia en su ejercicio, único método de adquirir la experiencia, sin la cual toda profesión permanece en la juventud.
En este sentido, la diplomacia es una profesión tan exigente que sólo puede comparar con la milicia o el sacerdocio. Sir Ernest Mason Satow (1843-1929), autor del famoso libro “A Guide to Diplomatic Practice” la describió como: “La aplicación de la inteligencia y del tacto a la conducta de las relaciones oficiales entre los Estados independientes”. Porque no sólo toca a su intelecto y a su necesidad, sino que pide su entrega integral. La diplomacia exige del hombre su presencia física, su inteligencia, su simpatía, su ingenio, su tino, su idioma, su vida privada, sus familiares, su salud, su moral, su sagacidad, su valor, su arte, su lealtad, su resolución, su sensibilidad, sus pasiones, su tenacidad y sus costumbres cotidianas. Y sobre todo, exige su estudio continuo y perseverante. Recordemos que Diplomacia es, básicamente, negociar. Para negociar hay que saber. Y saber de todo. Y saberlo bien.
Muy buena y recomendable la nota, para quienes hemos transitado el camino de las Relaciones Internacionales, sabemos lo costoso que es ver el reconocimiento de una vocacion de respeto e igualdad entre los pueblos. El logro esta en el trabajo silencioso pero efectivo de quienes componen los cuerpos diplomaticos. Felicitaciones a todos los diplomaticos y exitos a quienes en carrera algun dia creemos poder llegar. Lic. Relac. Internac. Andrea Chaves (Argentina)
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